Crítica corta de Un paseo para recordar.

Lo que no puede Dios, lo puede Tespis

Película norteamericana para jóvenes, o sea, para echarse a temblar. Tiene todos los tópicos del género elevados al cubo: el instituto con el chico más popular, las novias que andan al retortero de su bragueta, los amigotes, la chica marginada supuestamente fea y con buenos sentimientos (digo «supuestamente» porque se nota desde el primer fotograma que es una jamona, por mucho que se esfuerce en mirar al suelo y poner cara de fea: es una de estas chicas que los guionistas de Hollywood luego les quitan las gafas o las desanudan la coleta y ya, inmediatamente, se convierten en una tía cañón para asombro de todos menos del espectador, que tiene más horas de toreo encima que Manolete con esta clase de bodrios).

Aparte de la estética de telefilme y de los consabidos mocetones comportándose como alumnos de secundaria, están presentes todas las obsesiones norteamericanas: la familia, la religión, el miedo al fracaso, de nuevo todo ello elevado a la enésima potencia. Lo único sobresaliente es que aquí el teatro se demuestra más eficaz para la conversión de los chulos descarriados que el propio Dios.

Y luego, la melaza. Esta es la película más dulce, más pegajosa, pringosa, untuosa y ñoña que he visto en los últimos años. El personaje protagonista se llama Landon: debe de ser un homenaje a Michael Landon, que se murió sin lograr hacer una película tan llorona como esta (y mira que lo intentó). Un mar de mermelada se extiende por todas las páginas del guión. Los actores están maquillados con membrillo, chorretes de algodón dulce caen de la grúa y de la cámara, los decorados son los de la casita de chocolate, las actrices se dan baños de merengue… Todas las azucareras de Estados Unidos a pleno rendimiento volcaron su producción en esta película para, después, restregarte en los ojos toneladas de cebollas crudas. Hasta yo, que seguía abochornado la deriva del guión, solté un par de lagrimitas.

Vomitiva, infame, como para vomitar y tragarte tus propios vómitos y seguir vomitando para que no se te olvide lo mala que es.

La primera escena de la Historia del cine en la que los dos tórtolos se quedan mirándose acarameladamente.

spoiler:Todo es torpe y maniqueo desde la primera escena, con esos machos alborotados que gallean con sus coches, sus novias y sus pantalones ajustados, hasta el final con leucemia, boda y la cámara en el cielo. Lo peor de todo es que la película podría haber tocado asuntos importantes como, por ejemplo, qué sentido tiene la fe o la vivencia espiritual en un mundo como el nuestro, pero esta posibilidad queda aplastada ante la losa del tópico: aquí no sólo se busca la conversión de Landon, sino de todo el mundo. Yo creo que esta película la ha financiado algún lobby protestante para ganar adeptos en masa. ¡Si hasta Peter Coyote, en el papelón de su vida, hace de predicador!

Por cierto, no tengo muy claro por qué titularon la película así, pero vamos, no pienso dedicar ni un minuto a meditarlo.

Por: Macarrones.